Popovici, cuestión de Estado en Rumanía que desafía las leyes de la velocidad: “Su prototipo es inusual”

En agosto, en los Juegos de París, David Popovici se proclamó campeón olímpico de los 200 libre. Una meta a la que estaba predestinado desde que con 16 años asombró al mundo acuático al clasificarse para una final en Tokio 2020. Para celebrarlo, con el dinero que le correspondió del gobierno, se compró un Porsche por 171.853 euros. Y se armó la marimorena.
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Las redes sociales y la prensa se llenaron de opiniones contradictorias. Un sector le acusó de malgastar y no dar ejemplo; otro salió en su defensa, porque cada uno con lo que gana con esfuerzo hace lo que quiere, vinieron a decir. Y Popovici, que ya desde que era un adolescente notó la “presión” de ser el mejor, siguió aislándose en su caparazón, como hizo para preparar París.
Este martes, en otros 200 libre nadados con inteligencia, el rumano de 20 años se proclamó campeón del mundo con un tiempo de 1m43s53, tres décimas por delante del americano Luke Hobson. “Este éxito llegó después de un año más relajado. Estoy más feliz que después de la final olímpica”, dijo. Y sonrío sin parar y en el podio le pidió al japonés Tatsuya Murasa, bronce, un selfie para la posteridad mientras la grada temblaba por el sexto título de Katie Ledecky en 1.500 libre, que lleva invicta 15 años.
“Este éxito llega después de un año más relajado. Estoy más feliz que después de la final olímpica” David PopoviciCampeón de los 200 libre
Pero la estadounidense está en un país donde hay más medallas olímpicas que hospitales. Popovici, en cambio, es una cuestión de Estado en un país que protege y cuida a los escasos grandes deportistas que triunfan. Cuando el nadador batió el récord mundial de 100 libre, en 2022, le llovieron ofertas de universidades americanas. Pero Popovici apostó por quedarse en el barrio de Pantalimon de Bucarest, donde nació, creció y reside, bajo el paraguas de las instituciones que le financiaban y del centro de natación que dirige su padre, Mihailo, un exagente comercial de productos farmacéuticos que ahora coordina la piscina en las instalaciones vetustas del Dinamo. El futuro de la natación en Rumanía gira en torno a él.

David Popovici, con el oro conseguido en los 200 libre.
OLI SCARFF / AFPEs difícil convivir con un don y ser popular, que miren con lupa tus movimientos. El rumano, ante la avalancha de su figura y tras su bajón en 2023, decidió cerrar sus redes a comienzos de 2024.
La libélula (escogió este animal en el diseño de su bañador Arena porque es como él, “bello y delicado”, “que no está ni en el agua ni en el aire”) tiene por delante la carrera masculina más morbosa de estos Mundiales de Singapur.
Hoy comenzarán las eliminatorias de los 100 libre en las que se medirá al chino Pan Zhanle, el campeón olímpico que destruyó el récord en París (46s40). El rumano, en el Europeo Sub-23 de Eslovenia, batió el récord europeo (46s71) y se convirtió en el primer hombre en bajar de 24 segundos en los últimos 50 metros de la prueba. El duelo rescata los de décadas atrás entre el ruso Alexander Popov y el holandés Pieter van den Hoogenband, o el de este con el australiano Ian Thorpe en los 200. “Popov era el mito. Cuando ambos salían, la piscina rugía”, recuerdan los periodistas de aquellos años.
Lee también“Esta carrera será increíble. Dos estrategias de ritmo diferentes. Popovici es un prototipo inusual. Normalmente, los nadadores de 100 nadan cada 50 en dos segundos de diferencia. Pan hace el primero en 22 y el segundo en 24. La distancia en el rumano se reduce a casi un segundo. Van a marcar una rivalidad histórica”, señala el analista de natación Olivier Poirier Leroy.
Si Pan Zhanle es el prototipo nadador de la escuela china, Popovici es un verso suelto. Con diez años lo iban a borrar de los cursos de natación porque los entrenadores se quejaban de que no paraba de bromear y no estaba atento, hasta que se encontró en su camino a Adrian Radulescu, su entrenador y guía espiritual. No solo le motivó con sus métodos, sino que pobló su biblioteca de libros de filosofía estoica. Popovici ha leído a Epicuro o Séneca, le encantó El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, y entiende que hay que cultivar el mundo interior. Aunque su sueño, más allá del oro y los récords, siempre fuese sacarse el carné de conducir. Algo que aprovechó bien tras París.
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